La enseñanza del Derecho constitucional, con o sin Bolonia (III)

Si hemos asumido que el aprendizaje no puede ser unidireccional es importante también enseñarles a los estudiantes a aprender, insistiendo desde el principio en que aprender “cuesta”, pero que “pueden” acceder a los contenidos de nuestra asignatura y adquirir las destrezas y habilidades indispensables en la misma. Una primera tarea consistirá, pues, en vencer el miedo, más o menos fundado, que algunos de nuestros estudiantes puedan tener a ser capaces de enfrentarse al Derecho constitucional. De no conseguirlo, es probable que esos alumnos, en el mejor de los casos vayan a clase con el único propósito de aprobar y, simplemente, superar el obstáculo, olvidando de inmediato todo conocimiento que pudieran haber adquirido para conseguir ese propósito; en el peor de los casos, dejarán de ir a clase e irán demorando el momento de estudiar la asignatura. Para conseguir vencer ese miedo es también importante que entiendan que, en palabras de Juan Ramón Capella (El aprendizaje del aprendizaje, Trotta, 1995, pág. 37), siempre se aprende (más) tarde, que el aprendizaje de hoy se integra sólo mañana en el conjunto de capacitaciones disponibles. Que aprender no es recordar. Que siempre se aprende tarde. Que siempre se tarda en aprender.

La posibilidad de desarrollar un sistema de evaluación continua es una buena oportunidad para que el estudiante entienda lo que se acaba de decir y, sobre todo, para que pueda, efectivamente, alcanzar su aprendizaje a lo largo del curso académico. Por este motivo, la unidad didáctica no debiera ser la lección ni siquiera una parte del programa de la asignatura, sino el conjunto de la misma. Por eso mismo es tan importante el diseño del contenido de cada una de las asignaturas, que tendrían que tener la mayor coherencia interna, no solo en el sentido obvio de que lo que se explica al principio sea el presupuesto de lo que se explicará al final, sino que todo ello ofrezca una perspectiva completa y coherente, un conocimiento sistemático.

Pero no se trata únicamente de continuidad y conexión en el aprendizaje de los conocimientos, sino también de continuidad en el proceso de adquisición de las habilidades y destrezas. Esto último exige que se desarrollen actividades a lo largo de todo el curso y que los estudiantes, especialmente los más remisos o con mayores dificultades, puedan ir aprendiendo a diagnosticar dónde están los problemas, cuáles son las diferentes perspectivas en presencia o el modo de argumentar en términos jurídico-constitucionales, pero también, y en no pocas ocasiones, a hablar en público, a defender ante sus compañeros y profesores una tesis o a redactar un texto jurídico.

En segundo lugar, el alumnado debe interiorizar que tan importante, o más, que las respuestas lo son las preguntas: debe cuestionar los conceptos, estructuras y sistemas, y prepararse para escenarios en los que las respuestas habrán cambiado -aprendizaje de mantenimiento- pero deberá seguir haciéndose preguntas –aprendizaje innovador-.

El derecho es una materia con posibilidades suficientes como para realizar este aprendizaje innovador, bien planteando a los estudiantes hipótesis no contempladas en el aprendizaje de mantenimiento bien tratando de buscar respuestas más adecuadas a los contenidos propios de ese mismo aprendizaje. La familiarización con estas hipótesis y planteamientos es especialmente importante para personas que en su futuro profesional se encontrarán con cambios más o menos profundos en el ordenamiento que hayan estudiado y conocido, y que tendrán que representar roles jurídicos diferentes en función de los casos de que conozcan y los intereses de sus clientes o de los usuarios de los servicios públicos para los que trabajen.

En tercer lugar, el alumnado debe aprender conocimientos pero sobre todo “métodos” y aprenderá equivocándose: el sistema debe ser más de “aprendizaje continuo” que de “evaluación continua; el estudiante debe aprender de sus errores, mejorar sus habilidades y todo repercute en el aprendizaje y  en la evaluación. Y aprenderá también “en grupo”, tanto en clase como en grupos reducidos, reales o virtuales, lo podrá hacer debatiendo, y asumiendo y viendo distintos roles.

El principal escollo es, ante todo, organizativo y burocrático, a saber: el excesivo número de alumnos por aula. Si nos encontramos con clases de Derecho Constitucional cuya matrícula ronda los ochenta o cien estudiantes, muchas de estas propuestas están condenadas al fracaso. En todo caso, creo que podemos estar de acuerdo, parafraseando a Albert Camus, que aunque la lucha es difícil, las razones para luchar siguen estando claras.

I Seminario de educación y calidad educativa en Derecho Constitucional.

El día 17 de junio se celebró en el Centro de Estudios Políticos y Constitucional el I Seminario de innovación y calidad educativa en Derecho Constitucional, que he tenido la oportunidad de organizar con Lorenzo Cotino y al que asistieron 50 profesores de 20 universidades españolas. En la página del Seminario están ya disponibles las ponencias, de momento en formato pdf y en breve en audio y vídeo. Estas ponencias se editarán como libro electrónico.

I Seminario de innovación y calidad educativa en Derecho constitucional.

El 17 de junio, miércoles, se celebrará en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales el I Seminario de innovación y calidad educativa en derecho constitucional, que tengo la satisfacción de organizar con Lorenzo Cotino.

En la página del Seminario, creada al efecto, se puede encontrar toda la información sobre el programa y los requisitos para el envío de ponencias y comunicaciones. Esperamos contar con vuestra presencia.

Lo que un universitario necesita saber.

En la edición del día 12 de enero de 2009 se publicó en el diario El País el artículo «Una Universidad nueva», de José Ramón Alonso, rector de la Universidad de Salamanca, que a continuación reproduzco, con el único añadido de que el universitario al que se refiere no debiera ser exclusivamente el estudiante sino también el profesor. 

 «En el debate actual sobre la Universidad se habla poco de lo que quizá es lo más importante: qué estamos haciendo. El diálogo abierto con el profesor, la discusión de casos, el trabajo en equipo, la investigación sencilla, la reflexión y defensa pública de un tema son desgraciadamente más la excepción que la regla en las aulas universitarias. Y cuando lo hacemos nos maravillamos, docentes y estudiantes, de lo divertido e interesante que puede ser dar y recibir clase. El Espacio Europeo de Educación Superior es la oportunidad para que, sin dejar de tener los conocimientos imprescindibles de cada disciplina, no dediquemos todo el esfuerzo a memorizar y nos centremos en lo que un universitario necesita saber y saber hacer. Cosas así:

Primero, debe saber leer. Suena insultante, pero es cierto; debe saber leer y extraer las ideas principales de un texto, someter a juicio crítico lo que ese autor afirma, ser capaz de contrastar con otras fuentes y llegar a conclusiones propias, personales.  Segundo, debe saber escribir; y no hablo de no cometer faltas de ortografía, ni de saber poner letras juntas; eso hay que darlo por hecho, sino de comunicar con claridad, con eficacia, con una extensión equilibrada, con rigor en el uso de información externa, con la mente puesta en el lector. Tercero, debe saber hablar, hablar a una persona y hablar a 100. Ser capaz de presentar las ideas propias e indagar las ajenas. Conducir y ganar un debate. Respetar los tiempos y usar apoyos efectivos. No es baladí: saber hablar bien se considera el primer factor de éxito en la carrera profesional. Cuarto, debe tener disciplina. Realizar esfuerzos continuados en el tiempo, hacer un plan y cumplirlo; comprometerse y respetar los compromisos. Ser leal con sus compañeros y consigo mismo. Y eso se aprende en un aula, pero también en un equipo de rugby o en el coro de la Universidad. Quinto, debe tener una visión internacional. Debe expresarse en inglés con soltura y tener ciertas habilidades en, al menos, otro idioma. Debe conocer otros países como universitario, esto implica tener unos conocimientos básicos de la política, la historia, las aspiraciones, fortalezas y dificultades de ese país. Sexto, debe ser creativo. En su trabajo y en su vida. Debe explorar el arte en cualquiera de sus manifestaciones. No sólo como espectador, también como autor, no quedarse siempre al margen, pasivo o mero crítico de lo que otros acometen, debe implicarse. Séptimo, debe conocer las herramientas propias de su disciplina, sea el método científico o las grandes tradiciones culturales de las Humanidades. Octavo, debe estar alfabetizado en las nuevas tecnologías. Chatear, pero también configurar una cuenta de correo, usar una hoja de cálculo, construir una base de datos y editar un texto, una imagen y un vídeo. Noveno, debe tener una cultura general. No puede ser que el estudiante de Historia, ante una regla de tres, o calcular un tanto por ciento, diga «yo es que soy de Letras»; ni que el de Ciencias no sepa quien era Augusto. Décimo: romper con los decálogos, con las tradiciones estúpidas, con los criterios de rebaño, con el qué dirán y el me da lo mismo. Undécimo y último: tiene que tener una visión ética. En todas las épocas ha habido problemas y dilemas, perspectivas y limitaciones que han dado la medida del ser humano de cada tiempo y cada lugar. Y eso no es distinto en este siglo XXI, donde ya no hay problemas locales ni soluciones únicas. Y eso es Espacio Europeo y eso es Universidad».