Junto con el afianzamiento del partido en el gobierno se ha producido una innegable presidencialización de las funciones y actividades del primer ministro en los sistemas parlamentarios, pareja con la potenciación de la presidencia en los sistemas presidenciales. Para definirlo, en Estados Unidos se acuñó en los años sesenta la expresión “the imperial Presidency”, título de una conocida obra de Arthur M. Schlesinger, Jr, de 1973, en la que se demuestra la progresiva conversión de la presidencia norteamericana en una institución cada vez más exenta de control y propensa a asumir poderes más allá de lo permitido por la Constitución.
La idea de una presidencia poderosa encontró un hábil defensor en Woodrow Wilson, quien sostuvo que el Presidente es la piedra clave, “la fuerza unificadora en nuestro complejo sistema, el líder al mismo tiempo de su partido y de la nación” y puso de relieve que el Presidente es el único que representa “al pueblo en su conjunto”, que “no representa a una circunscripción, sino a la totalidad del pueblo”. La nación, continúa, “carece de otro interlocutor político”, el Presidente posee la “única voz nacional en los asuntos”. El “instinto del país se dirige hacia la acción unificada, y ansía un líder individual”, de modo que una vez que [el Presidente] ha obtenido “la admiración y confianza del país (…) ninguna otra fuerza individual puede resistírsele; ninguna combinación de fuerzas podrá fácilmente dominarle”. Insiste que “si interpreta correctamente el pensamiento nacional y lo defiende con tenacidad, carece de freno”.
Con posterioridad esta idea ha sido sustentada a través de la teoría del “ejecutivo unitario”, que promueva la maximización de las prerrogativas presidenciales. A ello ha contribuido el hecho de que, como es sabido, los límites de los poderes del Presidente distan mucho de estar claros en el sistema constitucional norteamericano. En todo caso, los denominados “Presidentes fuertes” en la historia norteamericana son los que se aproximan la imagen proporcionada por Wilson.
Este fenómeno encontró en los ataques terroristas del 11 de septiembre un caldo de cultivo adecuado para su exarcebación y permitió que el Presidente Bush reviviera la “teoría de los poderes inherentes” sin levantar en los ciudadanos ni en los otros poderes constitucionales un rechazo como el que en su día tuvo el Presidente Truman cuando defendió la intervención de empresas de fabricación de acero dentro del esfuerzo bélico de la guerra contra Corea.
Sobre la evolución de las Presidencias norteamericanas puede mencionarse el episodio 10 (El tormentoso presente) de la 5ª Temporada; respecto al papel cada más relevante de las cuestiones de seguridad nacional e internacional versan varios episodios, como el especial (Isaac e Ismael) con el que empieza la 3ª Temporada; el 19 (Enemigos exteriores e interiores), 21 (Matamos a Yamamoto) y 22 (Posse Comitatus) de esa misma Temporada, y el 1 (7A WF 83429), 2 (Los perros de la guerra) y 13 (La forma de hacer la guerra de Genghis Khan) de la 5ª.
Pero si el fenómeno del fortalecimiento del Presidente puede parecer “natural” en un sistema como el norteamericano, y eso es lo que crítica Ackerman, no puede obviarse, en contra de lo que parece propugnar este autor, el desarrollo de un proceso similar en los sistemas parlamentarios europeos, que encuentra sus raíces en la doctrina de los actos políticos y la consolidación de la función de gobierno y dirección política.
Por ceñirnos a lo que sucede en la actualidad, la presidencialización del Primer Ministro en Gran Bretaña se evidencia a través del ejercicio de tres poderes importantes: el de nombrar y cesar a los ministros, el de fijar la agenda de los consejos y el poder de control sobre los ámbitos de actuación de determinadas comisiones ministeriales donde las políticas concretas se discuten en detalle, así como sobre la pertenencia a las mismas. De manera general, la elección de los ministros por parte del Primer Ministro estará motivada por consideraciones tales como maximizar su posición en el partido y la del partido ante el electorado. Es importante recordar que el Primer Ministro tiene la prerrogativa de decidir qué departamentos tendrá su gobierno y qué personas los formarán.
Por si no fuera suficiente, en los ejecutivos de Margaret Thatcher y Tony Blair aumentó la práctica de decidir sobre la política gubernamental en pequeñas comisiones ministeriales, más que en el propio Gabinete. Así, la decisión de traspasar el control de los tipos de interés desde el Gobierno al Banco de Inglaterra fue tomada por Gordon Brown y Tony Blair sin previa discusión en el Gabinete; de hecho se tomó antes de la reunión inicial del primer Gobierno. La práctica es que las decisiones van tomadas cuando llegan al Gabinete en pleno, que, además, resuelve con inusitada rapidez.
En Italia, en una línea similar, y a partir de un proceso de creciente bipartidismo provocado desde las instituciones, se ha asistido, después de 50 años de gobiernos basados en el multipartidismo y crónicamente inestables, a un proceso inusitado de fortalecimiento político y legal de la figura del primer ministro, al que no es ajeno, obviamente, el liderazgo ejercido por el propio jefe de gobierno.
Y en los primeros años del siglo XXI difícilmente se encontrarán en Gran Bretaña o en Italia las virtudes que Ackerman atribuye al “parlamentarismo acotado”: que el primer ministro “debe tratar de persuadir a sus compañeros de que adopten (sus principios) para mejorar los fines políticos que él persigue”; que “los primeros ministros europeos invariablemente tratar al gabinete como una institución mucho más importante que como lo hacen sus contrapartes presidenciales”; que “el primer ministro está sujeto a un plebiscito continuo tanto de los diputados nuevos de su propio partido como de los líderes competidores en los partidos de coalición”.
En España, la primacía del Presidente se expresa, fundamentalmente, en cuatro cometidos: la organización del Gobierno, la selección de sus miembros, así como su permanencia y cese, la dirección de la actividad gubernamental y su coordinación. Estos cometidos constitucionales, comunes en mayor o menor medida a otros sistemas parlamentarios europeos (Grecia, Portugal,…), se han visto potenciados por las fuertes mayorías parlamentarias que han caracterizado los 34 años de vigencia de la Constitución de 1978, período en el que ha habido cuatro Legislaturas con mayoría absoluta y varias más con amplio respaldo parlamentario. A su vez esa solidez de los apoyos parlamentarios se debe a un sistema electoral que favorece a los partidos en las instituciones y propicia la sobrerrepresentación de las fuerzas mayoritarias.
El fortalecimiento del Presidente se evidencia desde el mismo momento de su investidura, para la que ha presentar “el programa político del Gobierno que pretenda formar” (artículo 99.2 de la Constitución), que representa el núcleo sobre el que ha de girar el debate de investidura, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en el sistema constitucional alemán, en el que el Bundestag se limita a elegir, “sin debate”, al Canciller Federal (artículo 63 de la LFB).
Una fórmula que permite la escenificación anual del liderazgo del Presidente es el “debate sobre el estado de la nación”, cuyo formato moderno en Estados Unidos se debe, no por casualidad, a Woodrow Wilson, que empezó a utilizarlo para subrayar sus principales objetivos políticos, acompañándolos con mensajes especiales al Congreso en los que detallaba los medios para lograrlos. En España, el debate se celebró por vez primera en 1984 y responde a una iniciativa del propio Gobierno, cuyo Presidente inicia y cierra el debate y, en general, es el que asume el protagonismo en su desarrollo.
Ese debate aparece en diversos capítulos; en especial en el 13 de la 2ª Temporada (El tercer Estado de la Unión para Bartlet) y el 11 (La prerrogativa de gracia) de la 5ª).
Otro ámbito proclive al Presidente en España es el de las relaciones entre los poderes políticos: puede proponer la disolución de las Cámaras, presentar la cuestión de confianza y recursos de inconstitucionalidad.
Finalmente, el protagonismo presidencial se evidencia con su participación en el proceso de selección de los integrantes de los órganos del Estado de extracción no política. Así, en Estados Unidos, donde la facultad para proponer a los jueces de trece circuitos federales y del Tribunal Supremo corresponde al Presidente, se ha constatado la importancia que tienen tanto las afinidades ideológicas del candidato como el hecho de que las propuestas se hagan en un momento de “gobierno unificado”, al menos en la Cámara Alta: así, desde mediados del siglo XIX 133 de 150 candidatos al Supremo han procedido del mismo partido que el Presidente que los proponía, y el Senado ha confirmado el 90% de los candidatos al Tribunal Supremo cuando el partido del Presidente controlaba esa Cámara, pero menos del 60% cuando el gobierno estaba dividido.
Como lógica consecuencia de lo anterior, en las épocas de “gobiernos unificados” ha sido mucho más frecuente que los candidatos propuestos por el Presidente representaran opciones ideológicas y judiciales más señaladamente afines, aunque también se encuentran ejemplos de propuestas “radicales”, como la de Robert Bork en 1987, que han sufrido severas derrotas. Todo ello es una muestra de que las designaciones, en especial para el Tribunal Supremo, se han convertido en una batalla política con grandes similitudes con las campañas para las elecciones presidenciales.
Pero la relevancia política de estas nominaciones no es nueva y se puede remontar a los primeros nombramientos de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Por eso no hace sino confirmar el denominado por Tribe “mito del Presidente sorprendido”, la excepción que supuso el mandato de Earl Warren como Chief Justice, pues hizo justo lo contrario de lo que Einsenhower hubiera esperado de él y provocó unas transformaciones en la sociedad y el derecho de su país comparables a las propias de una revolución política. Pero el “caso Warren”, aunque no el único, es la excepción, pues en la mayor parte de los supuestos, y especialmente en las materias que más interesaban al Presidente, los jueces del Supremo han sido leales a las posiciones y valores de quienes les propusieron, porque un Presidente que sabe qué cuestiones le importan puede escoger los candidatos con relativa confianza de que sus deseos serán satisfechos.
El proceso de selección de los candidatos al Tribunal Supremo es expuesto de manera gráfica en los episodios 9 (La lista final), 15 (Navegación astronómica) y 18 (Seis reuniones antes de almorzar) de la 1ª Temporada, y 7 (Separación de poderes) y 17 (Las Supremas) de la 5ª.
En el continente europeo son varias las instituciones (Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial u órgano equivalente, Ombudsman,…), que dependen para el nombramiento de todos, o de la mayoría de sus componentes, del acuerdo de las formaciones políticas con presencia mayoritaria en las cámaras parlamentarias.
Aunque, en teoría, este sistema de provisión de cargos se ha articulado para impulsar el buen funcionamiento de las instituciones citadas, despolitizando al máximo la elección y, sobre todo, la actuación futura de sus componentes, en la realidad se ha utilizado como una vía para garantizar la presencia en las mismas de auténticos “representantes” de los partidos y de ello encontramos frecuentes ejemplos en Italia, la República Federal de Alemania y España.
Lo más negativo no es que en España los candidatos a estas instituciones representen opciones ideológicas y judiciales señaladamente afines a los grupos proponentes, sino que, a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, los intentos de reproducir el mínimo control que supone la comparecencia previa en sede parlamentaria de los candidatos se han quedado hasta la fecha en un burdo remedo.
En suma, se puede afirmar que el partido gobernante y su líder, como autores e intérpretes de la función de orientación política, se han convertido en el auténtico “Príncipe moderno”, en la afortunada expresión de Antonio Gramsci, que no tiene hoy un carácter utópico como el de Maquiavelo, pero tampoco se reduce a un mero “poder de hecho”.
En el panorama constitucional contemporáneo el partido en el gobierno y su líder no sólo “reinan y gobiernan de hecho”, sino también “de derecho”, merced a su protagonismo normativamente reconocido en el proceso de formación de la voluntad del Estado. Esta entronización se ha producido, esencialmente, en las normas cuyo objeto es la organización del Estado, los poderes de sus órganos, las relaciones de éstos entre sí y sus relaciones con los ciudadanos. Son los propios ciudadanos los que saben y sienten que quien reina y gobierna jurídicamente es la formación política mayoritaria y su encarnación más evidente es el líder del partido en el Gobierno.
Orientación bibliográfica
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Orientación cinematográfica
Episodios recomendados de El Ala Oeste
Primera Temporada: Episodios 4 (Cinco votos abajo), 6 (El señor Willis, de Ohio), 9 (La lista final), 13 (Sacad la basura), 15 (Navegación astronómica), 16 (20 horas en Los Ángeles), 18 (Seis reuniones antes de almorzar), 19 (Dejad que Bartlet sea Bartlet), 20 (Condenas mínimas obligatorias) y 21 (Mentiras, malditas mentiras y estadísticas);
Segunda Temporada: Episodios 3 (A mitad de Legislatura), 6 (Congreso Saliente), 7 (Viaje a Portland), 11 (Desayuno de líderes), 13 (El tercer Estado de la Unión para Bartlet), 15 (Ellie) y 17 (El obstruccionista Stackhouse);
Tercera Temporada: Episodios especial (Isaac e Ismael), 3 (Presupuestos), 4 (El día antes), 7 (Indios en el vestíbulo), 8 (Mujeres de Qumar), 9 (Barlett para América), 10 (Resolución 172), 11 (100.000 aviones), 12 (Los dos Bartlets), 19 (Enemigos exteriores e interiores), 20 (El vestido negro de Vera Wang), 21 (Matamos a Yamamoto) y 22 (Posse Comitatus);
Cuarta Temporada: Episodios 3 (Universitarios), 4 (Misa roja), 5 (Campamento de debate), 6 (A ganar), 12 (Armas y no mantequilla), 16 (Distrito 47 de California), 18 (Corsarios) y 23 (Veinticinco);
Quinta Temporada: Episodios 1 (7A WF 83429), 2 (Los perros de la guerra), 7 (Separación de poderes), 8 (Cierre), 10 (El tormentoso presente), 11 (La prerrogativa de gracia), 12 (Un día sin noticias), 13 (La forma de hacer la guerra de Genghis Khan), 17 (Las Supremas);
Sexta Temporada: Episodios 5 (El máximo de Hubbert), 11 (Prerrogativa de gracia), 14 (Una llamada intempestiva) y 19 (Puntos a tratar);
Séptima Temporada: Todos los episodios.
Sobre El Ala Oeste
Melissa Crawley: Mr. Sorkin Goes to Washington: Shaping the President on Television’s the West Wing, 2006;
Rollins/O’Connor (editores): The West Wing: The American Presidency As Television Drama, Syracuse University Press, 2003.
http://www.nbc.com/The_West_Wing/
http://www.westwingepguide.com/
http://westwing.bewarne.com/
http://www.uv.es/guilopez/documentos/audiotseries/aboix.mp3
Películas y series sobre el Poder Ejecutivo central o local
– Baarìa (2009, Giuseppe Tornatore)
– Bienvenido Mister Chance (1979, Hal Ashby)
– Bulworth (1998, Warren Beauty)
– Caballero sin espada (1939, Frank Capra)
– Ciudadano Bob Roberts (1992, Tim Robbins)
– Estado de la Unión (1948, Frank Capra)
– El candidato (1972, Michael Ritchie)
– El candidato (2007, Niels Arestrup)
– El desafío: Frost contra Nixon (2008, Ron Howard
– El escritor (2010, Roman Polansky)
– El estado de la Unión (1948, Frank Capra)
– El mejor hombre (1964, Franklin Schaffner)
– El mensajero del miedo (1962, John Frankenheime)
– El político (1949, Robert Rossen),
– El último hurra (1958, John Ford)
– Fahrenheit 9/11(2004, Michael Moore)
– Hot Shots 2 (1993, Jim Abrahams)
– Il Divo (2008, Paolo Sorrentino)
– Invictus (2009, Clint Eastwood)
– JFK (1991, Oliver Stone)
– La cortina de humo (1997, Barry Levinson)
– Munich (2005, Steven Spielberg)
– Nixon (1995, Oliver Stone)
– Primary colors (1998, Mike Nichols)
– Tempestad sobre Washington (1962, Otto Preminger)
– The Queen (2006, Stephen Frears)
– Todos los hombres del Presidente (1976, Alan J. Pakula)
– Todos los hombres del Rey (2006, Steven Zaillian)
– The Queen (2006, Stephen Frears)
– The Wire (4ª Temporada)
– Vincere (2009, Marco Bellocchio)
– Wilson (1944, Henry King)