Los derechos humanos en España: un balance crítico.

Acaba de ser publicado el libro «Los derechos humanos en España: un balance crítico«, que ha sido coordinado por el profesor Fernando Rey, prologado por Javier de Lucas y en cuya elaboración hemos participado 25 personas de universidades y entidades vinculadas a la tutela de los derechos humanos.

Es este libro-informe se plantean, entre otras, las siguientes preguntas: ¿Cumple España. en la actualidad. los estándares internacionales de derechos humanos? ¿Cuáles son las luces y las sombras de la protección de los derechos en nuestro ordenamiento? ¿Qué aspectos son mejorables y cómo?

Se trata de una obra original por diversos motivos. Primero, porque su examen pretende abarcar todos los derechos. los civiles. los políticos y también los sociales. aunque. obviamente. no de modo exhaustivo. Segundo, aunque sus autores son 25 profesores y expertos de 7 Universidades y el formato aspira al máximo rigor académico, es un libro dirigido a proporcionar ideas para mejorar el sistema español de derechos humanos. Los autores tienen diversas sensibilidades ideológicas. Y sus eventuales destinatarios no son sólo los profesionales del Derecho. sino todos los que trabajan o les interesa la materia derechos humanos, además de, como se ha dicho, los actores políticos.

En este articulo, publicado el 28 de abril en Agenda Pública, el coordinador del libro explica con más detalle el texto y el contexto del trabajo realizado.

A la memoria de Félix Menéndez, bibliotecario de Vegadeo.

Acaba de morir Félix Menéndez González; en su esquela se puede leer “Bibliotecario de Vegadeo”. Quien no haya tenido la inmensa fortuna de conocerle es posible que no sepa el grado de implicación, compromiso, entrega y amor por su trabajo que tuvo Félix y lo que le debe la vida cultural –valga la redundancia- de una y otra orilla del río Eo.

Las últimas décadas de la Casa de Cultura de Vegadeo y de su trepidante actividad en forma de recitales poéticos, conferencias, debates, exposiciones, actuaciones musicales, ciclos cinematográficos, clubes de lectura, presentaciones,…, serían algo quimérico de no haber estado ahí Félix, una persona siempre disponible para implicarse en todo lo que de una u otra manera generara reflexión, conocimiento, divulgación; en definitiva,  diversión, lo que, de forma inevitable, implicaba para él mucho más tiempo y dedicación que los propios de sus obligaciones laborales.

Cualquiera que se acercase a la Casa de Cultura de Vegadeo encontraba allí un interlocutor y un amigo, que dedicaba el mismo tiempo y atención a niños y niñas que se iniciaban en la lectura y a personas que acudían desde siempre a leer los periódicos a última hora de la tarde, a buscar una recomendación bibliográfica, a utilizar el servicio de Internet o, lo más importante, a conversar con un hombre lúcido y generoso. Félix era una persona tan activa y entusiasta como extraordinariamente discreta y humilde, una persona que con su manera de ser y su trabajo ha marcado una época y una forma de hacer las cosas, una persona cuya ausencia genera un enorme desamparo.

En su Prólogo a  “Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas”, María Moliner decía, hablando para los bibliotecarios, “en vuestro pueblo la gente no es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros pueblos del mundo. Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus ojos se abren y sus cabezas se mueven en un gesto de asentimiento, y cómo invariablemente responden: ¡Eso, eso es lo que nos hace falta: cultura”.

Cuando Félix, natural de Alava (Salas), llegó a Vegadeo lo hizo sabiendo que el éxito de una biblioteca depende en gran medida de la persona que está al frente y con la convicción, también reclamada por María Moliner, de que “el bibliotecario, para poner entusiasmo en su tarea, necesita creer en estas dos cosas: en la capacidad de mejoramiento espiritual de la gente a quien va a servir, y en la eficacia de su propia misión para contribuir a este mejoramiento”. Félix, que era uno de la larga lista de bibliotecarios y bibliotecarias entusiastas a los que tantas veces ignoramos cuando no despreciamos, estaba convencido de lo primero y dedicó su vida a lo segundo.

Para el martes 14 de abril estaba anunciada una actividad más de los clubes de lectura que Félix Menéndez promovió hace 13 años: el coloquio sobre la obra de Javier Marías “Así empieza lo malo”. Nada hubiera querido menos Félix que con su repentina y dolorosa marcha empezara lo malo. Y una prueba, por si hiciera falta, son las palabras que me permito tomar de su perfil en Facebook y que fueron escritas el 31 de diciembre de 2014: “Neste día gustaríame pedirlle al 2015 qu’empuxase un pouquin el sol pra poder velo aquí, nel camín de Miou. Como sei que nun é posible, pedireille algo de máis xeito: que se deixe aproveitar. Aproveitádelo entòncias”.

Texto también publicado en La Nueva España el 14 de abril de 2015.

 Félix

Pensamiento de grupo.

Irving L. Janis fue un relevante psicólogo norteamericano, profesor de la Universidad de Yale y, ya emérito, de la Universidad de Berkeley, que publicó varios estudios sobre los problemas sociales y políticos que genera el “pensamiento grupal” –Victims of Groupthink (1972), Decision Making (1977), Groupthink (1982),…-, continuando así una línea de investigación iniciada con los trabajos de autores como Bion, Lewin, Kelley…

Janis empleó las palabras “pensamiento de grupo” en un sentido similar a términos como “doblepensar” o “crimenpensar”, acuñados por George Orwell en 1984: con una connotación negativa; en particular, para referirse al deterioro de la eficacia mental, de la capacidad de contrastación de la realidad y del juicio moral que se producen en organizaciones colectivas como resultado de las presiones endogrupales.

Viendo cómo funcionan algunas organizaciones políticas de nuestro país no parece exagerado afirmar que el pensamiento de grupo goza, por desgracia, de muy buena salud, lo que no quiere decir que todo grupo cohesionado esté aquejado de esta patología, que, por otra parte, afecta también a personas bienintencionadas y que buscan lo mejor para la sociedad. Pero, ¿cuáles son los síntomas del pensamiento grupal y qué trastornos provocan en esa organización y en el entorno social y político?

En primer lugar, una cierta sensación de invulnerabilidad: si el líder y los integrantes del grupo toman una decisión o diseñan un plan, éste tendrá éxito sin duda, incluso aunque se trate de una decisión arriesgada, pues en ese caso “la suerte estará de nuestro lado”. Y es que los integrantes del grupo suelen ser reacios a evaluar críticamente los límites de su poder y las pérdidas que podría suponer un análisis erróneo. Además, tienden a considerar a las personas ajenas al grupo como débiles y estúpidas.

En segundo lugar, existe una ilusión compartida de unanimidad: quien lidera el grupo y los integrantes del mismo se respaldan exagerando las áreas de convergencia, al tiempo que se evitan divergencias que pudieran afectar a la unidad grupal. En palabras de Janis, es evidente que resulta mucho más agradable sentirse en una atmósfera balsámica que estar inmerso en una tormenta.

En tercer lugar, se procede de manera sistemática a la supresión de dudas personales: la unidad del grupo quedará preservada si sus miembros se autocensuran y callan sus reticencias por temor a ser considerados débiles o cobardes por los demás.

Es frecuente, en cuarto lugar, que florezcan los “guardianes de la mente”, los aplicados miembros que se esfuerzan en suprimir cualquier punto de vista alternativo, ejerciendo presión sobre los disidentes para que, cuando menos, éstos silencien sus opiniones críticas o escépticas.

Otro síntoma es la presencia de liderazgos presuntamente amables que manipulan la agenda del grupo o el orden del día de las reuniones para que no se presente la oportunidad de cuestionar las presuntas ventajas de un plan trazado de antemano e, inevitablemente, ganador.

Finalmente, pero no en último lugar, suele florecer, entre la mayoría del grupo, el tabú a enfrentarse a los miembros de la organización que son considerados valiosos, cuyas opiniones y puntos de vista gozan de presunción de veracidad.

Si todos o la mayoría de estos síntomas se presentan en una organización política el resultado es fácilmente predecible: tendremos una entidad dócil, adocenada, inoperante y proclive a tomar decisiones estúpidas, que, como tales, perjudicarán a la sociedad y al propio grupo que las promueve.

Con todo ello no pretendo decir que una organización política tenga que estar en efervescencia constante, sino que conviene adoptar métodos de organización y funcionamiento que hagan realidad lo de que, parafraseando el título de un famoso libro de James Surowiecki, cien son mejor que uno; por ejemplo: contando con una pluralidad de opiniones y puntos de vista; promoviendo la independencia de criterios, de manera que a priori la opinión de una persona no valga más que la de los otros miembros del grupo; asumiendo cierta modestia que evite la sobrestimación de las propias capacidades y conocimientos y la minusvaloración de las otras organizaciones,…, y todo ello al servicio de una serie de criterios y propuestas que permitan hacer de la suma de opiniones individuales una opinión común.

Quizá sea mucho pedir que, como reclamaba Albert Camus, exista un partido que integre a las personas que no están seguras de tener razón, pero, al menos, exijamos que se forme en cada uno de ellos una corriente de opinión de ese tipo.

Texto publicado en La Nueva España el 11 de abril de 2015.