En el blog de la Editorial Trotta se pueden leer las reflexiones de Jürgen Habermas sobre la crisis política de la Unión Europea y los dilemas de la democracia actual, entre ellos el de más o menos Europa. Coinciden estos comentarios con la publicación de su obra La constitución de Europa, Trotta, 2012.
Entre otras cosas, dice Habermas que los gestores políticos ocupan una posición especial en el sistema político, aparte de las posiciones de otros actores diversos. Pero solo en contadas ocasiones pueden actuar en el papel diferente y más inclusivo de exponentes del sistema político como un todo, por ejemplo, cuando buscan extender el alcance del poder político dentro de la sociedad más amplia. Un caso relevante son los fallidos intentos por regular los mercados globales financieros con el fin de volver a poner bajo control las operaciones destructivas del sistema bancario (por ejemplo, la introducción de un impuesto europeo sobre las transacciones financieras). El mayor obstáculo para tales intentos es la fragmentación política, esto es, la competición entre los Estados nacionales. Los Estados, que guardan celosamente sus prerrogativas, se resisten a construir nuevas competencias supranacionales para la acción política a costa de una transferencia de derechos soberanos.
Este hecho tiene un impacto inmediato en los dilemas de la democracia, puesto que solo el poder político, y no los mercados, puede ser sometido al control democrático. Sin embargo, no cualquier acumulación de poder en los niveles superiores de un sistema político sirve a la democracia. En la primera parte de este texto quisiera recordar los pasos dados recientemente por el Consejo Europeo hacia una cooperación más estrecha entre los Estados miembros, pasos que conducen a un aumento del poder ejecutivo europeo al servicio de un régimen de la Unión Europea conformador de los mercados y a expensas de la autonomía de los parlamentos nacionales. En la segunda parte, quisiera discutir la viabilidad de una improbable alternativa democrática, que requeriría superar el obstáculo de un ulterior proceso constitucional.
Numerosos expertos coinciden en las causas económicas de la presente crisis fiscal. Dado que la devaluación de la moneda no es una opción viable, y debido a la falta de mecanismos compensatorios tales como la movilidad de la fuerza de trabajo a través de las fronteras nacionales o un régimen común en la política social, la diferencia en los niveles de competitividad entre los Estados miembros ha generado en el pasado desequilibrios económicos a lo largo y ancho de la Eurozona, y continuará haciéndolo de forma creciente en el futuro. Estos desequilibrios solo pueden eliminarse mediante una armonización diferenciada de las políticas económica, fiscal y social de cada nación. En una respuesta tangencial a esta necesidad, el gobierno alemán ha presionado con éxito para lograr un acuerdo sobre los esfuerzos conjuntos en la aplicación de políticas de austeridad nacional, sobre los procedimientos para una supervisión conjunta de su implementación y sobre los mecanismos sancionadores en caso de violaciones. Sin entrar en los detalles de los numerosos y más bien redundantes acuerdos alcanzados desde marzo de 2011, me permito simplemente resumir tres errores de importancia:
— La imposición de políticas de austeridad repite el error estratégico de apostar ante todo por la estabilidad fiscal. Este tipo de coordinación política está cortada a la medida para lograr un traslado más efectivo de imperativos sistémicos a los canales de la política nacional. La estrategia no solo es errónea por razones económicas, al par que desastrosa a la vista de sus consecuencias sociales; es, además, contraproducente cuando se trata del objetivo de tener de nuevo el control político sobre los desenfrenados mercados financieros.
— El paso en la dirección de una gobernanza supranacional por medio de la coordinación de la gestión política nacional conforme a las mismas reglas no es capaz de eliminar las causas estructurales de los ciclos económicos destructivos. La idea de que «un sistema de reglas vale para todo» no responde a la necesidad de programas públicos diferenciados en niveles diferentes de desarrollo económico y en el contexto de culturas económicas diferentes. La Ordnungspolitik (política de orden) no es un sustituto de las intervenciones flexibles por parte de un gobierno económico europeo que ha de obtener la libertad de acción para disponer de un presupuesto propio, por limitado que este sea.
— El pacto fiscal sella definitivamente el modo intergubernamental de regular y supervisar políticas nacionales paralelas. La arquitectura tecnocrática de un modo de gobernanza ejercido informalmente por los dirigentes de los Estados miembros de la Unión Monetaria ya fue introducida por el Pacto del Euro Plus el 25 de marzo de 2011 (y no es un daño colateral de la posterior carrera en solitario británica). Con este documento el Consejo Europeo se arroga el derecho, primero, de determinar objetivos específicos para todo el campo de las políticas que afectan a la competitividad de una economía nacional (medida en costes laborales unitarios); y segundo, de supervisar cómo la Comisión controla su implementación temporal. La retórica no puede disimular la práctica que se pretende: basándose en acuerdos informales, los dirigentes de los gobiernos implicados —valiéndose de un claroscuro de presiones y de una sumisión quiérase o no— imponen su voluntad sobre cada uno de los parlamentos nacionales.
En caso de que logre evitarse el crac, deberemos probablemente esperar que la política europea continúe en la dirección posdemocrática de un federalismo ejecutivo. Si mi análisis se sostiene, este curso de los acontecimientos agravará más bien que aliviará los desequilibrios económicos dentro de la Eurozona, mientras sirva al miope interés de las élites dirigentes consistente en desvincular los acuerdos europeos complejos y de largo alcance de los sospechosos públicos domésticos. Hoy día Europa parece estar atrapada en el dilema de la simultánea necesidad e imposibilidad de una profundización democrática de sus instituciones.
¿Qué habla en contra de la viabilidad de un camino alternativo que conduciría a la creación de una democracia transnacional en el núcleo de una Unión Europea que se mueve a dos velocidades?
— Dejo a un lado el argumento normativo de que el modo de legitimación democrática no puede ser extendido más allá del alcance del Estado nacional. Esta objeción depende de una concepción excesivamente estrecha del autogobierno democrático, la cual he criticado en otro lugar. Prescindo también de la discusión de los problemas legales relativos a cómo lograr el encaje de una Europa nuclear en la armazón institucional de la Unión Europea existente. Una vez que la voluntad política existe, los expertos legales pueden fácilmente encontrar soluciones a estos problemas.
— De un peso distinto es el argumento empírico según el cual requeriría mucho tiempo armonizar economías con diferentes estructura, nivel de desarrollo y trasfondo cultural. Los ejemplos del sur de Italia y de la Alemania oriental son ilustrativos de que la inclusión y la asimilación son difíciles de conseguir incluso dentro de un Estado-nación. Lograr que culturas económicas distintas crezcan al unísono es sin duda un proyecto a largo plazo.
Aun concediendo la viabilidad constitucional y económica del proyecto, nos enfrentamos todavía al problema principal e inmediato de la resistencia de mayorías euroescépticas entre los electorados de casi todos los Estados miembros de la Unión Económica y Monetaria. Desde comienzos de la década de los años noventa, las encuestas apuntan a un rechazo creciente de la Unión Europea en general y a un incremento de los índices de abstención en las elecciones al Parlamento Europeo. Y más recientemente, la crisis financiera ha reforzado el euroescepticismo a lo largo y ancho de la Unión Europea; es más, ha generado un nuevo tipo de agresividad mutua entre las naciones europeas. Si tuviéramos que imaginar la celebración de referéndums que decidieran sobre la alternativa entre «más» o «menos» Europa, los dos asuntos más polarizadores y estrechamente vinculados serían la transferencia adicional de derechos de soberanía y la creación de una base tributaria para un gobierno económico europeo (con implicaciones para la redistribución). Incidiré sobre dos cuestiones: ¿Por qué deberían los partidos políticos proeuropeos tener interés en embarcarse en una arriesgada movilización política de los ciudadanos en torno a asuntos tan controvertidos? ¿Y qué razones hay para esperar que pudieran tener éxito?
a) Los partidos políticos son conscientes de que se los percibe como partes remotas del aparato estatal más que como portavoces de la sociedad civil. ¿Qué les podría llevar a invertir el procedimiento tecnocrático del proyecto elitista que está en marcha? El método Monnet, consistente en un incrementalismo diplomático, floreció durante décadas en un contexto particular, pero hay diversas razones para suponer que ese contexto ha cambiado:
— La clase política no puede por más tiempo mantener fuera de la agenda asuntos europeos clave. La segmentación familiar de la política europea a partir de las palestras nacionales ha sido ya socavada por las reacciones públicas al tipo posdemocrático de federalismo ejecutivo descrito por mí. Los parlamentos y las cortes nacionales están alarmados; y los medios de comunicación nacionales se han visto llevados, de forma creciente, a poner de manifiesto el impacto doméstico de los arreglos fiscales para «salvar» la credibilidad de los Estados y los bancos. Un incentivo añadido es la percepción de un llamativo aspecto de esta crisis: por primera vez el colapso del sistema financiero, que es al mismo tiempo el sector más desarrollado y el mayor beneficiario del capitalismo global, ha sido prevenido, o al menos retrasado, únicamente por las aportaciones involuntarias de los ciudadanos en su papel político de contribuyentes.
— La política a puerta cerrada se ha beneficiado hasta ahora de las tendencias a una mayor apatía política ; pero la indiferencia con respecto a Europa era un fenómeno con una base más amplia, que incluía a las capas más acomodadas y mejor educadas de las clases medias, las cuales, por regla general, es menos probable que se abstengan del compromiso político. Pero, tan pronto como esas capas se sientan afectadas por políticas de austeridad impuestas o se vean cargadas con la expectativa de efectos redistributivos y lleguen a achacar sus aprehensiones a lo que sucede en Bruselas, entonces la carencia de una legitimación de salida estimulará, por el contrario, su interés en presionar a favor de una legitimación de entrada.
— Por último, hay síntomas de un cambio en la complicidad tácita entre tecnocracia y populismo y su reforzamiento recíproco. Aparte de revueltas autodestructivas y de alarmantes manifestaciones de cuadros de la extrema derecha bien organizados, se están abriendo nuevos canales de un difuso desasosiego. Hay una desproporción entre el tamaño y la sustancia de movimientos transnacionales como «Occupy Wall Street» o de protestas locales como «Stuttgart 21», por un lado, y la enorme resonancia que estos encuentran en los medios y su impacto en la relevancia estructural otorgada a determinados temas en la comunicación pública, por otro lado.
b) Asumamos que las élites políticas proeuropeas acaban dándose cuenta de que ya no funciona el declararse meramente de boquilla partidarias de «más Europa». Una vez que decidieron organizar campañas sobre futuros alternativos de la Unión Europea, ¿tendrán ocasión para dar la vuelta a la situación? A lo largo de décadas, las élites políticas en buena medida dejaron sin definir la finalidad de la unificación europea: las naciones implicadas afrontaron ese proyecto con una indiferencia más o menos benevolente; asegurar la paz en un continente salpicado de sangre era para ellas razón suficiente para la unificación. Esto ofrece ahora a los partidos políticos la oportunidad de formular y especificar ese difuso asunto adoptando una perspectiva a largo plazo. A la larga, también las naciones acreedoras se benefician de un esquema redistributivo que lastra sus presupuestos a corto plazo. Más importante es trascender el enfoque estrechamente económico de la discusión actual y situar la alternativa en un contexto más amplio. A la vista de un proyecto complejo que toca tantos aspectos relevantes de la vida nacional, los pros y los contras solo pueden ser equilibrados razonablemente si se mantiene abierta la agenda. Las preferencias existentes pueden ser invertidas por la fuerza de argumentos mejores si los gestores de las agendas tienen en cuenta, entre otros aspectos, los puntos de vista siguientes:
—Una historia compartida de conflictos y reconciliaciones como recurso para construir una cultura política común. Es cierto que las políticas de la memoria de los Estados nacionales operan en dos sentidos: son divisorias en la lectura nacionalista e integradoras en una lectura reflexiva. Pero enfocar la alternativa entre «más» o «menos» Europa requiere adoptar una perspectiva mutua que pudiera promover los esfuerzos de los medios de comunicación principales por vincular visiones nacionales y comparar unas con otras.
— Los efectos sinérgicos de una Europa nuclear que permanece abierta a otros Estados miembros que quieran unirse a ella. A la vista de las previsiones de futuro, bien documentadas, que pronostican para este pequeño continente un decrecimiento proporcional de población, producción económica y peso político, las naciones europeas independientes perderán fuerza tanto para llevar a cabo sus propios modelos culturales y políticos como para ejercer influencia en la tarea de conformar una sociedad mundial que se halla desgarrada en lo político y estratificada en lo socio-económico y que se enfrenta a los retos no dominados del hambre y la pobreza, de las catástrofes ecológicas y los peligros planteados por una tecnología de gran escala.
— El papel extraordinario de una votación democrática sobre la democracia. Un referéndum o una elección sobre la cuestión de la continuación o la detención de una ulterior integración europea es un procedimiento que convierte la democracia de fuente en tema de discusión, y ello en un doble sentido. Una votación semejante no solo facilitaría o impediría dar el paso siguiente hacia la elaboración de una constitución; ante todo implicaría un voto a favor o en contra de la atribución democrática de poder a las autoridades europeas, las cuales, de este modo, usarían ese poder para reequilibrar la relación entre política y mercados.
— El ingreso en una política doméstica europea. A pesar de su compromiso común, los partidos proeuropeos todavía están divididos a lo largo de líneas de demarcación familiares. Mientras que de un lado se quiere asegurar el respaldo democrático para una consecución más efectiva del liberalismo de mercado, de otro lado se aspira a dotar a la Unión Europea de una autoridad supranacional que pudiera emplearse en la deseada regulación de los mercados, lo cual solo es posible, si es que lo es, a escala continental. Este debate tiene relevancia constitucional, porque la partición entre liberales y socialdemócratas por primera vez cortaría por el medio las líneas divisorias de las alianzas nacionales; abriría la puerta a una política doméstica europea y aportaría un estímulo para la formación de un sistema de partidos europeo.