Hoy se cumple el 80 aniversario de la fundación del periódico La Nueva España y, con tal motivo, este medio de comunicación nos solicitó a 80 personas de diferentes ámbitos una propuesta que, de alguna manera, sirviera a la Comunidad Autónoma asturiana. Aquí pueden leerse las 80 ideas.
Yo aposté por una Universidad dinámica, renovada y transparente, que se adapte a los cambios sociales, económicos, científicos y culturales y sea capaz de influir en ellos.
Asturias necesita una Universidad más dinámica, capaz de adaptarse a la cambiante situación social, económica, científica y cultural. Con este fin, de la Universidad tienen que salir graduadas personas con una formación que les permita desempeñar los nuevos trabajos que la sociedad demanda y que ya no cabe concebir de la manera estática propia del siglo pasado. Para ello, la Universidad debe evaluar sus servicios y corregir las prácticas deficientes o desfasadas y tiene que mantener vínculos con quienes se han graduado en sus aulas para ofrecerles la posibilidad de estudios complementarios o más especializados (Másteres, Doctorados, Títulos propios,…) Si parece claro que en el presente siglo uno deberá formarse a lo largo de toda su vida, la Universidad no puede desentenderse de lo que será buena parte de la existencia media de cualquier persona. Y no se trata de limitarse a reproducir lo que ya se hace bien en otros lados sino de pensar en proyectos nuevos que, por su contenido y/o metodología, puedan ser atractivos para personas de otras Comunidades Autónomas y de otros países. A este respecto, es nefasta la actual política de precios para estudiantes no europeos: si a una persona argentina, brasileña o colombiana, por citar algunas nacionalidades, les cuesta matricularse en un Máster casi 5.000 euros (el triple de la matrícula “normal”) es probable que personas interesadas, y que pueden llevar experiencias y conocimientos a sus países, no vengan a nuestra Universidad. Una revisión de esos precios, que compete a la Universidad y al Principado, es de suma urgencia.
Además de adaptarse a los cambios, la Universidad tiene que participar en ellos, ofreciendo respuestas a los diferentes problemas de nuestro tiempo: el bioquímico López Otín es el espejo en el que debemos mirarnos pero hay muchos más colegas que son protagonistas de estas transformaciones; a título de ejemplo, y en ciencias sociales, el profesor Fernández Teruelo y sus propuestas para combatir la violencia de género.
Pero para ser dinámicos se requiere la renovación del profesorado: cada vez hay más áreas de conocimiento con una media de edad superior a los 50 años y algunas con buena parte de sus integrantes próximos a la jubilación. ¿Quién les sustituirá en pocos años? ¿Aceptará la sociedad asturiana que se improvise de manera chapucera la formación de quienes van a operarnos en los hospitales, de quienes diseñarán las máquinas que necesitaremos, de los que tendrán que aconsejarnos legal o económicamente,…? Después de un considerable esfuerzo económico de todos para costear los estudios, cada año terminan sus grados personas con gran talento y vocación docente e investigadora que, en lugar de tener una oportunidad en esta Universidad, acaban emigrando a sitios donde se les valora y promueve. Además de retener el talento propio, hay que intentar captar el que estaría encantado de venir aquí, desde otras partes de España o desde otros países, si no lo recibiera un laberinto administrativo y económico que desalienta al más optimista.
Para captar ese talento extraño así como el interés de quienes pueden demandar nuestros servicios y, sobre todo, para rendir cuentas a la sociedad que nos mantiene, la Universidad tendría que ser el paradigma de la transparencia y no, como ocurre ahora, una de las instituciones menos transparentes (según un informe reciente, la más opaca de las Universidades públicas españolas). Además de una Ley de Transparencia que nos obliga a ofrecer de manera directa una serie de informaciones relevantes (qué convenios tenemos, con quién y qué contratamos…), habría que publicar qué hacemos tanto el profesorado -docencia, publicaciones, proyectos,…- como el personal de administración y servicios, qué resultados tienen los estudiantes, cuánto cuesta cada servicio… La transparencia es, además, un instrumento que puede contribuir a erradicar o, cuando menos, a evidenciar las malas prácticas y el incumplimiento de las funciones que nos corresponden.
Es obvio que para muchas tareas hace falta una mayor financiación, aprobar cambios normativos e institucionales,.., que deben decidirse en otras instancias, pero no pocas cosas nos competen directamente a quienes integramos la Universidad y a ellas tenemos que aplicarnos sin demora y con entusiasmo.
Ilustración de Pablo García.