El lenguaje (jurídico) de las estatuas.

El 15 de diciembre de 1989 Arturo Di Modica, en un ejercicio -según sus palabras- de “arte de guerilla”, instaló, muy cerca de la Bolsa de Nueva York, su hoy famosa escultura Charging bull. Lo hizo de madrugada (con la imprescindible colaboración de un camión-grua) y sin contar con autorización administrativa alguna; otra cosa no sería, obviamente, “arte de guerrilla”.

La obra había sido creada por Di Modica en 1987 y pretendía reflejar la embestida del pueblo americano a los poderes financieros que habían provocado, y se habían beneficiado, de la enésima crisis económica. Tras unos amagos del Ayuntamiento para retirar la estatua de bronce, de 3.500 kilos, la presión ciudadana hizo que tal cosa no ocurriera y, simplemente, se trasladara al cercano parque Bowling Green con un permiso temporal de un año, que nadie tuvo intención de hacer cumplir. Con el paso del tiempo, parece que el significado que ha ido cobrando la estatua es el de expresar la pujanza de esos mismos poderes económicos a los que, según su autor, pretendía enfrentarse.

El 8 de marzo de 2017, también sin permiso administrativo previo, se instaló, frente al toro de Di Modica, la estatua Fearless Girl, obra en bronce de Kristen Visbal y que forma parte de una campaña publicitaria de State Street Global Advisors, un emporio económico que gestiona 2,5 billones de dólares. Según esa compañía, La chica sin miedo simboliza el Gender Diversity Index, un fondo de inversión que agrupa a las grandes compañías estadounidenses con mayor nivel de igualdad de género en sus puestos directivos. Ese fondo viene también siendo conocido por las siglas SHE y, no por casualidad, a los pies de la escultura se puede leer «SHE makes the difference».

Siguiendo los pasos de la obra de Di Modica, la presión ciudadana, hoy ampliamente reforzada por unas redes sociales electrónicas inexistentes en 1989, ha conseguido que el Ayuntamiento conceda un permiso temporal de un año para la estatua de Kristen Visbal. Y ello ha contrariado al propio Di Modica, que considera se ha alterado el mensaje “anti-sistema” que transmitía su estatua, al menos originariamente.

Todo lo anterior viene a cuento, no por razones estéticas, económicas o sociológicas, sino por unos, seguramente más intrascendentes, motivos jurídicos, a los que me he acercado gracias a un muy sugestivo trabajo (“La neutralidad del Estado y el problema del government speech”) del profesor Víctor Vázquez Alonso: en este estudio se recuerda que en Estados Unidos existe una tradición de abrir ciertos espacios públicos a la colocación de estatuas donadas por los ciudadanos, pero siempre con un previo proceso de selección por parte de la autoridad correspondiente, al entenderse que los ciudadanos, cuando ven un determinado monumento en un espacio público, consideran que, aun proviniendo de manos privadas, este monumento está ahí porque las autoridades públicas lo han querido. Y eso es así, según declaró el Tribunal Supremo en el asunto Pleasant Grove City v. Summum, de 25 de febrero de 2009, porque los poderes públicos deben tener en todo momento el control de lo que se dice a través de un espacio que está bajo su dominio, de tal forma que los ciudadanos van a interpretar que es el propio Estado quién en último término habla (doctrina del government speech, sobre la que también puede leerse, entre otros, el trabajo Public Forum 2.0 de la profesora Lyrissa Lidsky). 

No obstante esta doctrina, parece que en la ciudad de Nueva York, al menos en la peculiar batalla entre el toro que embiste y la chica sin miedo, el Ayuntamiento, más que hablar por sí mismo, va a permitir, con la inestimable “colaboración ciudadana”, que sean las estatuas las que nos trasmitan su propio y cambiante discurso, más allá, incluso, de las pretensiones, artísticas o de otro tipo, de Di Monica, Kristen Visbal y State Street Global Advisors.

                                 Fotografía de Reuters.

 

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