Acaba de publicarse en la editorial Tirant lo Blanch, dentro de la colección Cine y derecho que dirige el profesor Javier de Lucas, el libro The West Wing: la política como promesa (pinchando en el enlace pueden leerse las 20 primeras páginas) donde, a partir de la serie creada por Aaron Sorkin, he intentado construir un relato sobre el sistema político y constitucional norteamericano cuyo hilo conductor está formado por una amplia selección de las decenas de secuencias en las que, a través de unos guiones que son auténticas piezas literarias, vemos, entre otras muchas cosas, cómo se prepara una campaña presidencial, como son las “primarias” en Iowa, New Hampshire,… y en el resto de los Estados, “supermartes” incluidos, cómo se forma un gabinete de gobierno, cómo es la relación entre la clase política y los medios de comunicación, qué tipo de problemas debe afrontar el autodenominado “líder del mundo libre”, qué errores comete, qué acciones inconfesables ordena ejecutar, cómo se hacen las leyes, en qué consiste la negociación política, qué hay de lealtad, de ambición, de envidia y de orgullo entre quienes forman parte del círculo más próximo al poder, en qué medida las instituciones responden a lo que en su día pensaron los que escribieron la Constitución, qué importancia tiene la selección de los integrantes del Tribunal Supremo, por qué los políticos norteamericanos suelen ser buenos oradores… y, sobre todo, la preocupación por el legado histórico que queda cuando un mandato presidencial llega a su fin.
Este texto no pretende ser una guía de la serie; tampoco una descripción aséptica de cómo son y funcionan las principales instituciones norteamericanas. Intenta que la combinación entre la ficción y la realidad sirva para adentrarse conjunta e inseparablemente en el universo de influencias recíprocas que forman The West Wing (NBC) y the West Wing (Washington, D.C.).
En tal sentido, conviene recordar que entre los objetivos de Aaron Sorkin al crear la serie The West Wing estaba la reivindicación de las instituciones y el servicio público que prestan y, al margen de la innegable idealización presente a lo largo de los 155 episodios, es innegable que también se muestran los constantes fracasos, la frustración porque lo inmediato postergue lo importante, las renuncias a objetivos que se habían presentado como innegociables, las improvisaciones muy cercanas a las chapuzas,…
En todo caso, lo que no decae a lo largo de la serie es el ideal de la política como la herramienta imprescindible para las transformaciones que demanda una sociedad democrática avanzada. Por eso, no es admisible engañarse uno mismo ni dejar que el entorno le ayude a engañarse, cosa relativamente fácil, sobre todo cuando se cometen errores. Así se explica que Jed Bartlet admita con amargura pero también con cierto orgullo: “estaba equivocado. Muchas veces no sabemos lo que está bien y lo que está mal. Pero muchas veces sí y ésta es una de ellas… Ya nadie asume responsabilidades políticas… Todo el mundo lo hace, decimos. Y así vivimos en un refugio moral donde todos son responsables para que nadie sea culpable. Yo soy responsable. Yo me equivoqué…” (H. Con-172, episodio 10 de la Tercera Temporada).
En este sentido, la “Presidencia Bartlet” no sucumbre ante lo que Albert O. Hirschman denominó tesis reactivo-reaccionarias: la tesis de la perversidad, según la cual toda acción deliberada para mejorar algún rasgo del orden político, social o económico nada más que sirve para exacerbar la condición que se desea remediar; la tesis de la futilidad, que sostiene que las tentativas de transformación social serán inválidas, simplemente no lograrán “hacer mella”, y la tesis del riesgo, que apela al coste del cambio o reforma propuestos y concluye que es demasiado alto pues pone en riesgo algún logro previo y valioso .
En The West Wing se intenta, con sinceridad, mejorar la vida social, política e institucional, reformando la educación y la sanidad para hacerlas mejores y más accesibles a los ciudadanos, se defiende la necesidad de controlar la posesión de armas, luchar contra la violencia de género, mejorar las condiciones de los inmigrantes…; también se muestra la convicción de que se pueden llevar a cabo esas transformaciones, de que es posible hacer mella; finalmente, se es consciente del riesgo que pueden suponer ciertos empeños –los acuerdos de paz entre palestinos e israelíes, por mencionar un ejemplo- pero no por ello se aparcan.
Y si algo está presente en la vida política “recreada” por Aaron Sorkin es, parafraseando a Hannah Arendt, su reivindicación como un espacio de encuentro entre personas que, por definición, son diferentes y que se juntan para hablar con libertad sobre el mundo en el que viven. “En este sentido política y libertad son idénticas y donde no hay esta última tampoco hay espacio propiamente político”.
El equipo de The West Wing no ignora que siempre habrá una tensión, por utilizar la terminología de Hanna F. Pitkin, entre el ideal y el logro; por eso no desconocen los condicionantes de la realidad política. Pero lo que sí rechazan es la negación del ideal; como reclama Pitkin, hay que construir instituciones y entrenar a individuos de tal forma que se comprometan en la consecución del interés público y, al mismo tiempo, hay que seguir siendo críticos con tales instituciones y aprendizajes con el fin de que se muestren abiertos a posteriores interpretaciones y reformas . En suma, luchan por la política como promesa.
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